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Los penúltimos

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Ya me había ocurrido anteriormente esto del fin del mundo. Era 1979 y los planetas se iban a alinear de tal manera que una fuerza cósmica los empujaría y en carambola de tres bandas harían trizas a la tierra. Eso es lo que más o menos recuerdo y lo que sin duda me hace un sobreviviente de esa hecatombe frustrada. Sin duda, en esa época debo admitir que tuve miedo, no porque se fuera a acabar el mundo, sino que apenas había transitado entre los terrícolas por seis años y del mundo y sus vericuetos poco podía contar. Me daba miedo no volver a la escuela, ni volver a ver a mi abuela. Miedos más, miedos menos, mi patria era la casa de San Fernando y la ternura de los ojos verdes de la abuela. Todo lo demás podría echarse a perder sin importarme un carajo.  Al otro día amaneció y miré por la ventana la fuente de la plaza, las palomas en vuelo regular desplazándose entre las casas;  el olor a leña quemada del alba me inyectó energía. Miré el cielo plomizo de Guanajuato y me preparé par

Entrevista Suplemento Cafeína

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Entrevista en periódico Reforma

Entrevista para el suplemento Cafeína

Adiós a la Rana

Cuando me llegó la carta donde una centena de creadores y difusores de arte se oponen a la ratificación del director del instituto de cultura estatal, confieso que no dudé ni un segundo en firmarla y suscribirme a tal rechazo de que el señor Alcocer no siguiera al frente del Instituto de Cultura. Confieso también que en el fondo respiraba una corazonada que me llevaba a pensar que ocurriría lo que generalmente ocurre con las protestas escritas lanzadas como botellas al mar. Luego del primer embate, se sabe, duran una semana, hacen una comisión que escuche a los inconformes, maicean a los revoltosos y al final, el funcionario queda tan campante en el lugar y con la gente de siempre. Regla general de la estrategia política: “el periódico sirve para matar moscas”    Pensé por supuesto en negativo. Me dejé llevar por la máxima futbolera de lo que se tiene que echar primero es al técnico, pero se deja a los jugadores que cumplen con la faena. ¿Y los jugadores, los fanáticos,

Ficcionalia en revista Alternativas

El siguiente enlace te dirige a la revista Alternativas... Gracias a Julio Cabello y a Carlos Hugo por otorgarnos la alternativa. Open publication - Free publishing - More alternativas

FICCIONALIA EN DIGITAL

S igue la liga para que leas la revista en digital http://issuu.com/ficcionalia/docs/ficcio?mode=window&backgroundColor=%23222222

Encuentro de Revistas emergentes

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La revista Ficcionalia de cuento en E ERR E

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Este jueves 30 de Agosto se presenta en E ERRE E ¡Felicidades a los organizadores!...

Miedo de los tropezados

“Espectador a la fuerza, veo a los contendientes que inician la lucha y quiero estar de parte de ninguno. Porque yo también soy dos: el que pega y el que recibe las bofetadas.” J.J Arreola Corría en el sendero matutino del parque el Cantador y los Pastitos. En el ipod escuchaba un lejano Joaquín Sabina y sus peces de ciudad cuando rebasé los primeros 2 kilómetros que apuntaban a hilvanar una idea borrosa que esbozara un cuento. O un libro. Quizá nada. Pensaba que al kilómetro 6, seguramente ya habría concentrado las energías para el último esfuerzo, ese en donde no cabe ninguna idea; los músculos serían un ejército mermado pero fiel, para terminar de una vez por todas el recorrido que había diseñado desde la noche anterior; los músculos estarían a punto del motín así que debería recordar las ideas que surgen en los primero kilómetros. Mi mente procuraría avanzar como en una jungla húmeda donde cada parte del cuerpo se comprime en un sólo movimiento. La respiración.  A pesa

Revista Ficcionalia

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Arranca el primer número de la Revista Ficcionalia...  En esta edición: Nadia Villafuerte Arturo "Chango" Pons Enrique Rangel Jeremías Ramírez Daniel Ayala Bertoglio Gerardo Sifuentes Ricardo García Muñoz

Contra reloj

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Acabamos de hacer el amor y pronto, como una lágrima en mitad de la mejilla quedamos mondos de emoción. Habrían llegado a nuestros ojos la brillantez del orgasmo, la piel erizada, aun caliente, batiéndose entre un rubor y el nomeolvides, los destellos blancos de los recortes de video tape donde gemíamos- danzábamos, trepamos y caímos en una cueva honda y azul. Luego la asfixia. Los pulmones cazando grandes bocanadas de aire revuelto. A sabiendas, la sangre regresa a sus rincones mientras el sudor rellena los poros. Decidimos entonces no dormir, espantar la pesadez de las pupilas con un cigarro. Las paredes de la habitación parecían cristales de cuarzo y esa frialdad entumió la sorpresa, el punto y seguido de ese momento de la vida. Éramos carne volcada a la intimidad de nuestras miradas. Aplanadoras, rebanadoras, las miradas congelan y asesinan. Estábamos desnudos y la pena vino a surtirnos de espanto. Para eso estaban las sábanas. Los calzones que no encontramos, la playera larga,

Viene Revista de Cuentos

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El último café

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Una prueba de amor se esgrime desde las bragas. Detonación, explosión, exorcismo. Los duendes de mi lengua perfilaron por las dunas de sal entre sus piernas. Unción. Capitalizar los jadeos es advertir la entrada al cielo. La fiesta del torito pasando por la avenida Juárez, en un estrépito de tiempos viejos. La humedad iba en aumento, paulatinamente desarrollándose como culebra en el agua. Mi sudor ponía a tope los pezones dilatados, las muecas cayendo en la luz de día de las doce de la mañana. ¿De día o de noche?, las molduras del sexo no tienen tiempo, ni forma. Era tan natural subir los peldaños hasta su recamara, adentrarse en ese túnel hondo y negro del pasillo auspiciando el temblor de manos, el nervio calcinado al compás de los latidos. Detrás de la puerta, estarías  como siempre, renombrando los libros, lavando las tazas de café de la noche anterior, estarías tendida a tu lado. Buscarte allí o buscarte allí. No hay otra alternativa. Cada mujer parecida se apoltrona en la

Ven a saludar

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La noche se fue encimando en las paredes de ese callejón, cuando maullaba un trío de gatos en celo, que saltaban encima latas de cerveza. Rodrigo observaba detrás del ventanal los primeros seres de la noche. Los gatos.  Seguía pegando su rostro en el cristal. El cielo negro, bravo, teñía la tarde de gris. Los gatos se movían entre las cavernas del callejón. Al acecho. Brincaban unos sobre otros. Maullaban, mordían. En un circo de pelos y sangre dominaba el filo de las navajas que aparecían amenazantes como relámpagos sobre cristales. Rodrigo miraba el escenario de la calle para no involucrarse con todo lo que ocurría dentro de  la casa que  poco a poco se fue poblando mujeres y de hombres que llegaban para celebrar una fiesta. Hombres y mujeres, copas, palabras que resonarían entre las viejas paredes. Comida, vino. Situaciones repetidas. Ocasiones para brindar. Se imaginó varado entre la nada. Con gente que de pronto le sonreía, le tomaba del hombro, le daba palmaditas. “Qu

Sonó el teléfono

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Casi todos los años, cuando pasan estas fechas, me ocurre lo que le ocurrió al personaje de Fitzgerald, Benjamín Button, rejuvenezco. No creo que las causas sean las mismas, pero el frío y la angustia por comenzar el año con los mejores deseos parecen quitarme algunas arrugas, algunas fisuras del alma, aunque sólo sean unos miligramos. La cosa es que la mesa del primero de enero amaneció hedionda. Los trastes apilados en el comedor, los restos del lomo adobado y las botellas de ron formaron una imagen del cine de investigadores privados de los años ochenta, una escena hecha hasta el aburrimiento, pero allí estaba el amanecer de un nuevo año, con la cruda demencial y humilde. Cuando encendí el primer cigarro del año, un zumbido en la cabeza intentó quitarme los tornillos que aún conservo y que cuido con fervor. El dolor era adyacente a mis ideas cotidianas por dejar el tabaco. Pero allí estaba, terco a tragarme la nicotina mientras deseaba enumerar los deseos para este año como

Los distintos

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Desde que lo recuerdo se propuso ser distinto. Era un hombre de cabellos lacios, negros y largos, tanto que le llegaban a los hombros y sin distinción ondulaba la cabeza para sentir las puntas del pelo raspar la nuca. Quiso ser distinto como si estuviese en una carrera de Maratón. En cada kilómetro de su vida observaba todas las aristas para evitar el contagio de lo parecido.  Lo otro, lo diferente, lo distinto era el pensamiento original que lo movía por todos lados. Cuando se levantaba de la cama, miraba la cabecera a sus pies, para que le recordara que empezaría el viaje hacia lo que estuviera en contra de todo el mundo. Cierto día, mientras bebía Coca-Cola en ayunas, percibió que había llegado a la meta de lo diferente. Discutió una noche antes las últimas teorías que podía reprochar como si fuesen caramelos de colores. Nada había igual. La lucha extrema con sus padres estaba ganada. Nada de obediencia, nada de convencionalismos, nada de los lunes a trabajar, nada de pagar

Una carta

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Ella dice que se va a casar con uno de esos hombres de cuello levantado y traje gris. También me cuenta que nadie la acaricia por las noches, y que el otoño lo pasó con frío. De sexo; dos, dos. Sigue la carta entre esas palabras que dicen muy poco, y de lo poco la ansiedad se cuelga dibujando una pequeña fisura en su corazón. Más adelante, en un tachón, como un bozal que arrepentido quiere borrar un pasado finito, apunta un te necesito arrepentido. Me confiesa que al recordar mi voz, el corazón le da un vuelco y me pide que le mande aquello que una vez comencé a escribirle. Ella no entendía la alusión a los venenos; ese elixir milagroso que no tenía por que ser malo, pero que se lleva siempre en las venas. No todos los venenos matan, y en pequeñas dosis entusiasman la vida y los latidos del corazón. Todo eso perturbaba su interior y a la vez le era excitante, porque alimenta su duda de si todavía está a tiempo de cambiar de planes, de desbarrancarse antes de que sea demasiado tarde,

Con su pan

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Me rajo con el esplín. Lo que esputo es por mi expectorante. Lo demás son ideas de espetaperro. Así que espeto por la pluma para dejarlos colgados en la espetera. El espejismo de esperar en los escenarios da una espibia al espichar las anécdotas de lenguas espinescentes. Así que prefiero espolear a los esporádicos de la literatura para evitar los esperpentos futuros.

Archipiélago

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Ahora recuerdo. Una tarde el mar estaba en mi habitación. La marea aun baja. Hombres a la deriva, empeñados en nadar hasta la única tabla de salvación, un madero podrido en el que me asía fuertemente para no descender a los infiernos. Los hombres peleaban un lugar en el metro y medio de larguero. Mi corazón indecente no quiso echarles la mano. –Ora, perros, a nadar– grité. El azar llevó un tifón embravecido para sacudirme del madero como un toro bronco al jinete. Cuando una ola cambió mi posición. Estaba nadando en aguas profundas. Los hombres dieron unas fuertes brazadas y llegaron al madero. –¿Quién es el perro?– Dijo uno. Mis piernas flotaban entre la densidad marina de la habitación. Una lámpara de mesa pasó flotando a un a lado. Si no muero ahogado, muero electrocutado. Llené mis pulmones hasta el máximo para luego sumergirme al fondo gris. Abrí los ojos. Mi cama, estaba tendida. El closet cerrado. No había otra cosa que flotara. Perdí el minuto de oxígeno haciendo m

La sal

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El destino, el mundo o una fuerza poderosa me habían concedido estar en un infierno como el espectador privilegiado, en el escenario de mi decrepitud. Sólo algo mágico, brutal y poderoso sería capaz de sacarme de ese sitio. La magia. Entonces busqué entre mis papeles, entre mis contactos para enlazarme con el otro mundo, ese que se mueve  a pesar de nuestros movimientos. Hallé la tarjeta de presentación de Don Ramiro. Brujo blanco. Lector de cartas. Y espiritista consumado.  Dudé antes de llamarlo para sacar una cita. Luego de meditar un rato me decidí. Recordé que había llamado a todos mis conocidos para narrarles la pena de ser un desempleado, de buscar ayuda, consuelo o chamba. Sólo recibí ayes y palabras de lastimeras, —Si sé de algo te llamo— Otras veces mi suerte parecía mejorar. Hubo amigos que se apiadaban diciendo que tenían proyectos para el futuro y que en el futuro estaban colgados como un post it de la lástima. Un tío me dijo que para febrero estaría contrat

La Roca

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Para Mijo y Aidé, que saben de lo que hablo... —¡A otra zorra con ese mink!- Dijo una perversa Andrea Roca cuando le ofrecieron la Dirección de Producciones Atómicas del Ministerio de Conservación de la materia gris. Había desgastado parte de su juventud en reventarse los nervios con una pandilla de burócratas que sólo buscaban conciliarse con la entonces juvenil madama de la ciencia. A golpe de metralla y fuego amigo, fue escalando posiciones dentro del organigrama para parecer una científica, sin embargo, como ella tantas veces lo había dicho, era una administradora, una publirrelacionista, una mujer decidida y punto. No necesitaba tanto blablabla de ningún académico por más pintado que se plasmara. Lo único verdaderamente molesto era que le quisieran cortar la cabeza. Quizá era un miedo atávico. Le daba por pensar en las noches que estaría bajo amenaza de científicos locos que querían destronarle el puesto, que tan agriamente había conseguido en las rudas artes de la

Bienvenido

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Odiaba Guanajuato. Odiaba todo. La primera llamada del teléfono le siguió a una imagen que le llegó apenas entraba en la viaje casa de San Roque, entre la media noche y el último campanazo de la iglesia. Morir.  Solamente descolgó el teléfono sin saber que, después de ese momento, no iba a dormir jamás. La luna colgaba encima del campanario y detrás, en un montón de nubes, circulaba la madrugada. Del garrafón tomó un vaso de agua y puso sobre la mesa del comedor los codos, recargó la cabeza en una lánguidamente para lanzarse al olvido. Era ya un domingo, las calles palidecían entre los adoquines milenarios. Miró el cuerpo del teléfono pesadamente. Nadie podía llamar a esas horas, a menos que fueran algunas noticias verdaderamente importantes. Entonces pensó en Otilia. Luego de la ruptura, había pasado un buen rato de coraje que no deseaba volver a encender. Si acaso ella llamaba era para pedirle otra vez los viejos discos de Sabina. Era un asunto concluido. —Que se vaya a l