Una carta


Ella dice que se va a casar con uno de esos hombres de cuello levantado y traje gris. También me cuenta que nadie la acaricia por las noches, y que el otoño lo pasó con frío. De sexo; dos, dos. Sigue la carta entre esas palabras que dicen muy poco, y de lo poco la ansiedad se cuelga dibujando una pequeña fisura en su corazón. Más adelante, en un tachón, como un bozal que arrepentido quiere borrar un pasado finito, apunta un te necesito arrepentido. Me confiesa que al recordar mi voz, el corazón le da un vuelco y me pide que le mande aquello que una vez comencé a escribirle. Ella no entendía la alusión a los venenos; ese elixir milagroso que no tenía por que ser malo, pero que se lleva siempre en las venas. No todos los venenos matan, y en pequeñas dosis entusiasman la vida y los latidos del corazón. Todo eso perturbaba su interior y a la vez le era excitante, porque alimenta su duda de si todavía está a tiempo de cambiar de planes, de desbarrancarse antes de que sea demasiado tarde, o simplemente un poco más tarde.
Aferrada a un salvavidas, pone en mitad del salto un ¿me quieres todavía? Y el despunte hasta el caos es total. Tiene en sus manos un problema sin aparente solución, que se le escapa a sus arrogantes, y un tanto ingenuos, arrebatos de control. Ella buscaba el control a como diera lugar cuando el control es una idea muerta de un presente que nace con sus propias movilizaciones. Ese me quieres todavía no acierta en el blanco, se confunde y se desliza, se altera y se desintegra cuando de golpe piensa en el otro. Y el otro no tiene ni idea de lo que carga a lomos. El sonrojo que había en sus palabras, me hacía imaginar que en ese momento deseaba no haberme enviado la carta, y preocuparse mejor en la parafernalia de la boda, el vestido, los retratos, los invitados la recepción.
Entonces recuerdo la primera vez en mi casa luego de muchos tanteos, de varios acercamientos y sombras tumbadas en la alfombra. No hablaré de los detalles, porque todo mundo sabe como es la primera vez. Pareció de pronto olvidar sus anhelos, desdeñar aquel encuentro de varia intensidad a cambio de una coraza, un bunker a donde van las princesas cuando apuran el último minuto que les presenta la vida. El pretexto era una prisa ridícula, inventada, mortuoria. Una prisa por deshacerse de ella misma, o encontrarse con ella. Y la prisa asume una venganza, para comprimir el amor en pastillas de soñar despierta. Otras voces retozan en la cama. Son pequeños aullidos saltando que piden echarte a correr. No todos resistimos los vapores, ni la saliva de otras bocas. Simple física y química. Los ajustes de presión y de líquidos, donde las parejas suman o desaparecen rondan como una especie de latida. Ese veneno de pequeñas dosis. Se marchó corrigiendo la pintura y desarrugando los bordes de su falda. Apresurada, quiso olvidar el ángel salido bajo las bragas. No pude entonces hacer ningún comentario, no estaba seguro. Las otras veces iba subrayándose y resultó que no me había equivocado. Era la misma historia; ¡muera la locura! Por fortuna salté de rama a tiempo y a otro le toca el cambio de vestiduras.
Es difícil que quieran reconocerlo. Y la factura que pasan es elevada por los daños que les causas, los trastornos que vienen de la edad de los príncipes y los castillos es redonda cuando despuntan al renacimiento. En otro sobre aparece el rótulo de su boda, sin boleto de invitación. Falta un ángel. Menuda fiesta. No sé si salga otro ser alado y brote entre sus piernas, o visite paraísos en la cama. Freno de golpe. En el juego, las víctimas, acaban por demoler los restos de un presente por la vaciedad de un futuro.
Mis hijas me llaman desde su cuarto. Cada una quiere ver una película distinta y tengo que mediar la disputa. Acabamos teniendo una conciliación justa, calmada. Primero va la de Peter Pan y luego la de Campanita. Todos contentos nos volvemos a nuestras vidas de siempre. Aquella carta tenía el fragor de quien acaba de otra manera las trampas que pone el recuerdo, la memoria y la nostalgia. Ella quería regresar unos pasos a un andamio hundido en la desolación del nunca te quise. Quizá el envite era regresarle la carta por un simple juego de pulsos, de vencidas del corazón. Nunca lo sabrá. Tiré la carta y me fui al paraíso con mis hijas y mi mujer para terminar de ver Peter Pan y por quinceava vez Campanita. Solo pude pensar cuando rodaban los créditos de la película. Corre con prisa si la prisa te llega en la cama. Aprender a distinguirlas del resto es mirar por la comisura de sus labios un agujero negro, que cuando sabe que te tiene, te destroza por dentro.

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