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Contra reloj




Acabamos de hacer el amor y pronto, como una lágrima en mitad de la mejilla quedamos mondos de emoción. Habrían llegado a nuestros ojos la brillantez del orgasmo, la piel erizada, aun caliente, batiéndose entre un rubor y el nomeolvides, los destellos blancos de los recortes de video tape donde gemíamos- danzábamos, trepamos y caímos en una cueva honda y azul. Luego la asfixia. Los pulmones cazando grandes bocanadas de aire revuelto.
A sabiendas, la sangre regresa a sus rincones mientras el sudor rellena los poros. Decidimos entonces no dormir, espantar la pesadez de las pupilas con un cigarro. Las paredes de la habitación parecían cristales de cuarzo y esa frialdad entumió la sorpresa, el punto y seguido de ese momento de la vida. Éramos carne volcada a la intimidad de nuestras miradas. Aplanadoras, rebanadoras, las miradas congelan y asesinan. Estábamos desnudos y la pena vino a surtirnos de espanto. Para eso estaban las sábanas. Los calzones que no encontramos, la playera larga, el cubrir nuestras carnes para no ser devorados por la mirada.
La maraña del tu- yo pendiendo de la cama, circulando por la saliva nos hizo niños de nueva cuenta. El amor, si es preciso nombrar esa palabra, daba saltos entre el azulado humo que batallaba para salir por alguna hendidura. Regresamos a lo nuestro, al sudor apenas secándose en nuestro cuerpo, las axilas, los verbos sin motivo, volvimos la mirada a los ojos; a esa apenas perceptible línea de la ilusión atada a nuestros cuerpos, o conectada por esos lenguajes de los gatos. Oímos el tic – tic del reloj, avanzamos por las líneas curvas repitiendo las carreteras hechas por nuestras manos. Marcas de agua, sellos en la piel. Tacto emocionado. Llegó la flexión en los labios, dos besos apretados y el barranco hacia un beso oscuro, directo a otro planeta. Tentalee tu ausencia en mi colchón, la alarma desconectada y la maldición de no llegar a la cita.  

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