Ahora recuerdo. Una tarde el mar estaba en mi habitación. La marea aun baja. Hombres a la deriva, empeñados en nadar hasta la única tabla de salvación, un madero podrido en el que me asía fuertemente para no descender a los infiernos. Los hombres peleaban un lugar en el metro y medio de larguero. Mi corazón indecente no quiso echarles la mano. -Ora, perros, a nadar-. Grité. El azar llevó un tifón embravecido para sacudirme del madero como un toro al jinete. Cuando una ola cambió mi posición. Estaba nadando en aguas profundas. Los hombres dieron unas fuertes brazadas y llegaron al madero. ¿Quién es el perro? Dijo uno. Mis piernas flotaban entre la densidad marina de la habitación. Una lámpara de mesa pasó flotando a un a lado. Si no muero ahogado, muero electrocutado. Llené mis pulmones hasta el máximo para luego sumergirme al fondo gris. Abrí los ojos. Mi cama, estaba tendida. El closet cerrado. No había otra cosa que flotara. Perdí el minuto de oxígeno haciendo malabares para hundirme
Gra cias a los amigos y a los presentes la noche del 14 de septiembre en el corredor literario que me dejaron compartir el corazón un poquito y lo llenaron de calorcito pre bicentenario. A continuación les presento unos apuntes que no leí, pero que había preparado para la ocasión. Sólo son una fuga amorosa de mi memoria, una carta en una botella que se tira al mar. La noche del 14 de septiembre La infancia fue el terreno de encuentro con la lectura. Pasé una infancia sin otras ambiciones que ser centro delantero de los Pumas o corredor de cien metros planos, como Carl Lewis; pero una intermitente enfermedad me puso piedras en el camino. Cuando niño padecí asma y viví temporadas envuelto dentro de una cámara de oxígeno adaptada a una cama individual donde a cinco litros por minuto pasaba mi vida. Esto, claramente me hacía quedar fuera de las canchas de futbol y las pistas de atletismo de la deportiva Torres Landa. No era tan malo estar dentro de una cámara de oxígeno. En cier