Ven a saludar
La noche se fue encimando en las paredes de ese callejón, cuando maullaba un trío de gatos en celo, que saltaban encima latas de cerveza. Rodrigo observaba detrás del ventanal los primeros seres de la noche. Los gatos. Seguía pegando su rostro en el cristal. El cielo negro, bravo, teñía la tarde de gris. Los gatos se movían entre las cavernas del callejón. Al acecho. Brincaban unos sobre otros. Maullaban, mordían. En un circo de pelos y sangre dominaba el filo de las navajas que aparecían amenazantes como relámpagos sobre cristales. Rodrigo miraba el escenario de la calle para no involucrarse con todo lo que ocurría dentro de la casa que poco a poco se fue poblando mujeres y de hombres que llegaban para celebrar una fiesta. Hombres y mujeres, copas, palabras que resonarían entre las viejas paredes. Comida, vino. Situaciones repetidas. Ocasiones para brindar. Se imaginó varado entre la nada. Con gente que de pronto le sonreía, le tomaba del hombro, le daba palmaditas. “Qu