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Mostrando entradas de junio, 2012

Ven a saludar

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La noche se fue encimando en las paredes de ese callejón, cuando maullaba un trío de gatos en celo, que saltaban encima latas de cerveza. Rodrigo observaba detrás del ventanal los primeros seres de la noche. Los gatos.  Seguía pegando su rostro en el cristal. El cielo negro, bravo, teñía la tarde de gris. Los gatos se movían entre las cavernas del callejón. Al acecho. Brincaban unos sobre otros. Maullaban, mordían. En un circo de pelos y sangre dominaba el filo de las navajas que aparecían amenazantes como relámpagos sobre cristales. Rodrigo miraba el escenario de la calle para no involucrarse con todo lo que ocurría dentro de  la casa que  poco a poco se fue poblando mujeres y de hombres que llegaban para celebrar una fiesta. Hombres y mujeres, copas, palabras que resonarían entre las viejas paredes. Comida, vino. Situaciones repetidas. Ocasiones para brindar. Se imaginó varado entre la nada. Con gente que de pronto le sonreía, le tomaba del hombro, le daba palmaditas. “Qu

Sonó el teléfono

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Casi todos los años, cuando pasan estas fechas, me ocurre lo que le ocurrió al personaje de Fitzgerald, Benjamín Button, rejuvenezco. No creo que las causas sean las mismas, pero el frío y la angustia por comenzar el año con los mejores deseos parecen quitarme algunas arrugas, algunas fisuras del alma, aunque sólo sean unos miligramos. La cosa es que la mesa del primero de enero amaneció hedionda. Los trastes apilados en el comedor, los restos del lomo adobado y las botellas de ron formaron una imagen del cine de investigadores privados de los años ochenta, una escena hecha hasta el aburrimiento, pero allí estaba el amanecer de un nuevo año, con la cruda demencial y humilde. Cuando encendí el primer cigarro del año, un zumbido en la cabeza intentó quitarme los tornillos que aún conservo y que cuido con fervor. El dolor era adyacente a mis ideas cotidianas por dejar el tabaco. Pero allí estaba, terco a tragarme la nicotina mientras deseaba enumerar los deseos para este año como

Los distintos

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Desde que lo recuerdo se propuso ser distinto. Era un hombre de cabellos lacios, negros y largos, tanto que le llegaban a los hombros y sin distinción ondulaba la cabeza para sentir las puntas del pelo raspar la nuca. Quiso ser distinto como si estuviese en una carrera de Maratón. En cada kilómetro de su vida observaba todas las aristas para evitar el contagio de lo parecido.  Lo otro, lo diferente, lo distinto era el pensamiento original que lo movía por todos lados. Cuando se levantaba de la cama, miraba la cabecera a sus pies, para que le recordara que empezaría el viaje hacia lo que estuviera en contra de todo el mundo. Cierto día, mientras bebía Coca-Cola en ayunas, percibió que había llegado a la meta de lo diferente. Discutió una noche antes las últimas teorías que podía reprochar como si fuesen caramelos de colores. Nada había igual. La lucha extrema con sus padres estaba ganada. Nada de obediencia, nada de convencionalismos, nada de los lunes a trabajar, nada de pagar

Una carta

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Ella dice que se va a casar con uno de esos hombres de cuello levantado y traje gris. También me cuenta que nadie la acaricia por las noches, y que el otoño lo pasó con frío. De sexo; dos, dos. Sigue la carta entre esas palabras que dicen muy poco, y de lo poco la ansiedad se cuelga dibujando una pequeña fisura en su corazón. Más adelante, en un tachón, como un bozal que arrepentido quiere borrar un pasado finito, apunta un te necesito arrepentido. Me confiesa que al recordar mi voz, el corazón le da un vuelco y me pide que le mande aquello que una vez comencé a escribirle. Ella no entendía la alusión a los venenos; ese elixir milagroso que no tenía por que ser malo, pero que se lleva siempre en las venas. No todos los venenos matan, y en pequeñas dosis entusiasman la vida y los latidos del corazón. Todo eso perturbaba su interior y a la vez le era excitante, porque alimenta su duda de si todavía está a tiempo de cambiar de planes, de desbarrancarse antes de que sea demasiado tarde,

Con su pan

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Me rajo con el esplín. Lo que esputo es por mi expectorante. Lo demás son ideas de espetaperro. Así que espeto por la pluma para dejarlos colgados en la espetera. El espejismo de esperar en los escenarios da una espibia al espichar las anécdotas de lenguas espinescentes. Así que prefiero espolear a los esporádicos de la literatura para evitar los esperpentos futuros.

Archipiélago

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Ahora recuerdo. Una tarde el mar estaba en mi habitación. La marea aun baja. Hombres a la deriva, empeñados en nadar hasta la única tabla de salvación, un madero podrido en el que me asía fuertemente para no descender a los infiernos. Los hombres peleaban un lugar en el metro y medio de larguero. Mi corazón indecente no quiso echarles la mano. –Ora, perros, a nadar– grité. El azar llevó un tifón embravecido para sacudirme del madero como un toro bronco al jinete. Cuando una ola cambió mi posición. Estaba nadando en aguas profundas. Los hombres dieron unas fuertes brazadas y llegaron al madero. –¿Quién es el perro?– Dijo uno. Mis piernas flotaban entre la densidad marina de la habitación. Una lámpara de mesa pasó flotando a un a lado. Si no muero ahogado, muero electrocutado. Llené mis pulmones hasta el máximo para luego sumergirme al fondo gris. Abrí los ojos. Mi cama, estaba tendida. El closet cerrado. No había otra cosa que flotara. Perdí el minuto de oxígeno haciendo m

La sal

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El destino, el mundo o una fuerza poderosa me habían concedido estar en un infierno como el espectador privilegiado, en el escenario de mi decrepitud. Sólo algo mágico, brutal y poderoso sería capaz de sacarme de ese sitio. La magia. Entonces busqué entre mis papeles, entre mis contactos para enlazarme con el otro mundo, ese que se mueve  a pesar de nuestros movimientos. Hallé la tarjeta de presentación de Don Ramiro. Brujo blanco. Lector de cartas. Y espiritista consumado.  Dudé antes de llamarlo para sacar una cita. Luego de meditar un rato me decidí. Recordé que había llamado a todos mis conocidos para narrarles la pena de ser un desempleado, de buscar ayuda, consuelo o chamba. Sólo recibí ayes y palabras de lastimeras, —Si sé de algo te llamo— Otras veces mi suerte parecía mejorar. Hubo amigos que se apiadaban diciendo que tenían proyectos para el futuro y que en el futuro estaban colgados como un post it de la lástima. Un tío me dijo que para febrero estaría contrat

La Roca

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Para Mijo y Aidé, que saben de lo que hablo... —¡A otra zorra con ese mink!- Dijo una perversa Andrea Roca cuando le ofrecieron la Dirección de Producciones Atómicas del Ministerio de Conservación de la materia gris. Había desgastado parte de su juventud en reventarse los nervios con una pandilla de burócratas que sólo buscaban conciliarse con la entonces juvenil madama de la ciencia. A golpe de metralla y fuego amigo, fue escalando posiciones dentro del organigrama para parecer una científica, sin embargo, como ella tantas veces lo había dicho, era una administradora, una publirrelacionista, una mujer decidida y punto. No necesitaba tanto blablabla de ningún académico por más pintado que se plasmara. Lo único verdaderamente molesto era que le quisieran cortar la cabeza. Quizá era un miedo atávico. Le daba por pensar en las noches que estaría bajo amenaza de científicos locos que querían destronarle el puesto, que tan agriamente había conseguido en las rudas artes de la