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Mostrando entradas de 2014
La otra semblanza
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Pero si me dan a elegir, entre todas las vidas yo escojo, la de pirata cojo… J. Sabina En una de esas coincidencias de una mañana de primavera guanajuatense, cuando terminaba de abonarle elementos a mi página web y de hacer juegos de memoria por clasificar mi vida entera en una semblanza, llegó, en un movimiento inadvertido a mis manos, o mejor dicho, a mis ojos, un texto de Hernán Casiari que no tiene desperdicio. Hablaba acerca de lo dicho en las hojas de vida, la creación de nuestra semblanza, el currículum y nuestra hoja de vida y los estándares que se deben de poner como caramelos de colores: libros, premios, charlas… Dice Hernán que “Si en lugar de personas fuésemos gobiernos, nuestras biografías serían un medio oficialista vergonzoso. Una mirada obsecuente sobre nuestra propia gestión”. Entonces quedé en blanco. ¿Quién soy realmente? ¿Quién debería de escribir nuestra semblanza? Hernán lo resuelve colocando cuatro textos de dos amigos y dos enemigos que hablen de
El 41
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Hoy por la mañana llegaron mis hijas con un pastel y una vela. Mi esposa me tomó de la frente y me besó. Cantaron las mañanitas. Besos acaramelados, abrazos infinitos, brincos sobre mi cuerpo y la maravilla de un nuevo amanecer. Acto seguido, cuando comenzó el alboroto por acicalarnos para comenzar el día, llegó muy sigiloso, casi como para espantarme, el año 41. Entró con pisadas aterciopeladas para acomodarse en la casa modelo 73. Los 40 primeros, uno a uno se fueron recorriendo para dejar pasar a 41 que se colaba a la fiesta. Lo dejé pasar como si no me hubiera dado cuenta, haciéndome el loco. Llegó allí y se escondió entre los años más jóvenes, entre los años niños, sobre los adolescentes con alas en los pies. No hice aspaviento. Tomé el short, los tenis, la playera; amarré mi reloj de pulsera, cogí la gorra y una vez que estuve listo, salí del cuarto para desayunar con mi familia. Natalia y Sara reían. Merit comandaba la salida a la escuela. Yo lo miraba con el rabillo de
El cubo
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La vida es como el cubo de Rubick. Una intensa revoltura que tiene su lógica en las piezas más insignificantes, en las vueltas y en los diversos puntos donde quedan los colores. En toda mi existencia jamás he resuelto un cubo. Cada vez que observo como van quedando alineados los colores, una vuelta más o menos, una torción equivocada y los colores se desparraman y allá voy, a romper el orden o la lógica. Pienso esto cuando creo que nunca he deseado resolver el cubo. Y entonces vislumbro que mi vida no desea estar en sintonía con las cosas, los elementos que hacen un orden y quedo en franca rebeldía. Alguien escribió que las opiniones son la mercancía más barata. Y en mi cubo han caído desgraciadamente varias opiniones que me han hecho pelotas en un cuadrado. Una de ellas, vino de una editora a la que mi texto le pareció poco fresa. Entonces las piezas del cubo mostraron un abanico multicolor. Por supuesto que era una negativa y un muchas gracias, eres bien bueno, pero no. Aquí
Historias de vida - Sergio Pitol
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La mandrágora café 1 (relato)
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En esa época trabajaba en un viejo café que se llamaba la Mandrágora, en el corazón de la ciudad. Lo había inaugurado apenas con siete mesas prestadas por una tía y una cafetera que conseguí en una rebaja en los anuncios clasificados del periódico. En ese tiempo sólo pensaba en escribir cuentos y vender café, convencido que en una de esas, quedaría aplastado por una vida bohemia y por qué no decirlo, una vida de calavera con un local de café donde pasaría el tiempo leyendo, fumando y vendiendo capuchinos. En el local, ponía revistas de Vuelta y Viceversa, prestaba algunos libros y al atardecer llegaban amigos a conversar de literatura, de cine y de cualquier eventualidad de la ciudad que tuviera que ver con la cultura. Entonces las noches se alargaban en esquirlas de palabras; sosteníamos charlas ligeras de nuestros autores preferidos, reflexionábamos acerca de los derroteros de la vida literaria en Guanajuato y apostábamos por la siguiente generación de literatos que,
Caminos (editoriales) de Guanajuato
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Una de las ideas generalizadas es que la industria editorial en el Estado de Guanajuato, no es industria y precisa de subsidios y acuerdos con instituciones gubernamentales para su sobrevivencia. Desde este punto de partida, podríamos advertir que la inercia de las editoriales dirige sus esfuerzos hacia una calistenia básica, elemental y elocuente. Hacer libros. Producir el soporte. Distribuirlo y luego entonces venderlo. La gama de elementos que nutren la industria editorial y que pueden generar derrama económica, empleo y bienestar, quedan con un freno, sin lograr destapar otras áreas de producción. He señalado en varias ocasiones que el autor es el único de dicha cadena productiva que se queda con el buen sabor de boca, pero sin remuneración, y esto es un problema que se desencadena violentamente a la larga, en un sinnúmero de etiquetas sociales en el escritor mexicano: la primera: la gente cree que el escritor escribe para regalar los libros. En segunda creen que escribir no es