El cubo

La vida es como el cubo de Rubick. Una intensa revoltura que tiene su lógica en las piezas más insignificantes, en las vueltas y en los diversos puntos donde quedan los colores. En toda mi existencia jamás he resuelto un cubo. Cada vez que observo como van quedando alineados los colores, una vuelta más o menos, una torción equivocada y los colores se desparraman y allá voy, a romper el orden o la lógica. Pienso esto cuando creo que nunca he deseado resolver el cubo. Y entonces vislumbro que mi vida no desea estar en sintonía con las cosas, los elementos que hacen un orden y quedo en franca rebeldía. 
Alguien escribió que las opiniones son la mercancía más barata. Y en mi cubo han caído desgraciadamente varias opiniones  que me han hecho pelotas en un cuadrado. 
Una de ellas, vino de una editora a la que mi texto le pareció poco fresa. Entonces las piezas del cubo mostraron un abanico multicolor. Por supuesto que era una negativa y un muchas gracias, eres bien bueno, pero no. Aquí no cabes. 
De momento, lo confieso abiertamente, me quise dar ánimos y asumir la postura de bueno, sale, no importa. Pero si importa. El cubo se estaba removiendo a su estado caótico y en cada vuelta que le daba a la esquina, menos podía concentrar un par de colores. 
Este tipo de reacciones han sido un lugar común últimamente. Las palabras amables de que padre, que bueno eres, estamos viéndolo se han hecho una esperanza mezquina que en suma lo vuelven todo al revés. Por alguna mecánica del destino, entré en un proceso de selección, largo, tediosos y lleno de exámenes. Quien me entrevistó no se cansó de hacer halagos, hasta acordamos el sueldo jugoso y un título importante. Me dijo que por su parte, no veía ningún problema. Pues eso. Entró a escena un personaje etéreo que dictaminaría el paradero de las piezas de una cara del cubo. Debo decir que si el Rubick de mi vida dependiera de esa respuesta, hoy estaría quebrado. Alguien en el más allá está al pendiente de mi futuro; entonces esto se vuelve macabro. 
En un momento de mi vida había abonado mis esperanzas, mis esfuerzos y mi aliento a ingresar a la vida monacal de la Universidad. Todo iba viento en popa. Un alguien importante ya me había prometido el ingreso. Trabajé. Seguí los canales, las reglas, analicé el sistema, que ya lo tenía medido, según mis cálculos y a lo largo de seis meses, un alguien etéreo, otra vez y como si le hubiera hecho algo desagradable a ese etéreo que no conozco, fue mermando las ilusiones hasta que volví a mirar el cubo. Un desastre. 
Luego, en una charla amistosa, me encontré con un gran amigo, resuelto a hacer carrera en la política, comentó que se halla en el cerebro gestor de las acciones de un gobierno. Un gobierno, por demás, que intenta ser pensante. Inteligente, elegante. Un gobierno que pretende pisar la utopía y salir bien librado de ella. Me dejó con el ruido en el estómago cuando dijo que yo era un elegido. Otra vez, aparecía entre la charla, ese ente que toma las decisiones. Un ente voraz y también macabro, que decide por la vida de otros. Carajo.  Me vi creyendo que existe otra cosa que hará las cosas a pesar de todo y entonces sólo queda esperar para rumiar una opinión. 
Pasó por mi mente que ese ente, ese dedo grande que se toma del cubo tenía que ver incluso con la brujería. Un más allá hipnótico.
Miré el cubo. Sólo tenía que moverlo para que sucediera. Para procurar abonar un poco de orden en la inexplicable sensación del ya merito que me rodeaba. En el cubo de Rubick, la envidia es ignorancia. No se puede mover el dado de otro. Uno se paga la vida que quiere. 

Entonces repasé: 
La vida buena es cara
La hay más barata,
¡Pero no es vida!



       

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