Caminos (editoriales) de Guanajuato

Una de las ideas generalizadas es que la industria editorial en el Estado de Guanajuato, no es industria y precisa de subsidios y acuerdos con instituciones gubernamentales para su sobrevivencia. Desde este punto de partida, podríamos advertir que la inercia de las editoriales dirige sus esfuerzos hacia una calistenia básica, elemental y elocuente. Hacer libros. Producir el soporte. Distribuirlo y luego entonces venderlo.
La gama de elementos que nutren la industria editorial y que pueden generar derrama económica, empleo y bienestar, quedan con un freno, sin lograr destapar otras áreas de producción. He señalado en varias ocasiones que el autor es el único de dicha cadena productiva que se queda con el buen sabor de boca, pero sin remuneración, y esto es un problema que se desencadena violentamente a la larga, en un sinnúmero de etiquetas sociales en el escritor mexicano: la primera: la gente cree que el escritor escribe para regalar los libros. En segunda creen que escribir no es un trabajo de verdad, sino una pérdida de tiempo; en tercera, no hay seguro médico ni se cotiza para el retiro. Esto ocasiona que el escritor tenga sub empleos, lo que francamente, ya revienta la idea de generar una industria cultural.
En línea directa es probable que el editor recupere su inversión y es seguro que el distribuidor gane un porcentaje por la exhibición y venta del libro. 
Hoy en día, los procesos de producción de libros son económicos y fáciles en términos de producción material del medio y de los avances tecnológicos para la edición y la conformación digital, lo que concentra y salva una arista que hace diez años era un loza difícil de cargar debido a los altos costos de producción que implicaban realizar un libro.
Entonces, en el proceso editorial queda salvado este punto, pero se engarza otro de mayor calado y cuya relevancia es vital: la calidad de los autores.
En los últimos cinco años han emergido nombres de autores guanajuatenses que han propuesto ideas y obras literarias. Han mostrado trabajos de buena factura. Han hecho su trabajo desde los ámbitos locales. La idea del escritor que se lanza a la gran ciudad para recibir reconocimiento comienza a quedar como una idea chabacana. Una idea que había permanecido en un principio, como la única opción, por la falta de medios tanto editoriales como académicos. Por esa idea, por qué no decirlo, de conquistar la ciudad de México y mirar con soslayo “la provincia, el rancho, el pueblo quieto”, muchos autores quedaron aniquilados por el caciquismo de la industria literaria de la Capital. .
Hoy, la generación que inició hace 30 años a confiar en Guanajuato como una región de desarrollo editorial y literario se han consolidado gracias a su trabajo, a su vocación, a su seriedad. Y ya están en forma, las generaciones subsiguientes. La industria editorial, desde este punto de vista, comienza a cerrar la pinza y da una muestra de lo posible.

La apuesta

La elección y la creación de colecciones con títulos que sobresalgan implica uno de los puntos más importantes en la decisión de compra para el lector. Gastar 150 pesos en un autor desconocido, significa una decisión importante que impacta en la economía y la cultura de un guanajuatense.
En contra de las maquinarias de promoción de las grandes editoriales que en apariencia garantizan que la venta del libro será por lo menos una buena inversión, para las editoriales pequeñas esto implica una gran apuesta y uno de los factores que requieren de mayor trabajo. Los que compran libros de autores desconocidos, son apenas una mínima parte de los lectores que se atreven a conocerlo animados a leer otras voces.
Esta inconsistencia orilla a las pequeñas editoriales a marginar a muchos de los autores, no por la calidad, sino por el riesgo de venta. En el aparador final de la librería; el libro queda rezagado, en el último estante poco socorrido. El librero, que es la parte final del proceso, deja como cosa exótica a este tipo de publicaciones.
Este acto, por mínimo que parezca, obliga a bajar el precio, a abaratar al autor. El “ya pa que se venda”, se mueve con tal fuerza que el apartado final del proceso productivo, empuja a estas publicaciones a la recular en la recuperación del costo de impresión y se pierde el valor de otros factores que rodean la creación del libro (corrección de estilo, diseño, maquinación, etc.).
Hoy el problema se centra en la nula promoción del autor. Este apartado es donde encontramos la menor inversión en una industria que empuja con insistencia su crecimiento.
Entonces la posible industria va en picada.
En este proceso encontramos la distribución. Las dificultades retóricas y añejas de movilizar el papel no se han salvado para el mundo de la pequeña editorial. En esta parte del proceso, el intermediario se queda con gran parte del valor del libro. Y con la decisión de venderlo donde él quiera, Nos acercamos a un misterio. Ofrezco lo que se vende. Allí, los editores de las grandes compañías de editoriales de catálogo, ponen un gran lastre, una muralla casi infranqueable. La literatura no es la propuesta, sino el lado comercial.

El trabuco

El derrotero para que prevalezca el incipiente mundo editorial del Estado se orienta a la promoción de las obras y de los autores en un espacio específico, en una región concreta, en casa.
Se pueden establecer estrategias mediáticas que aborden sistemáticamente la calidad de la obra producida en Guanajuato y por ende, encuentre un mercado cercano y real.
A veces es simple. Se tiene un mercado local que oscila entre los “dos millones quinientos cuarenta y seis mil trescientos cincuenta y siete personas”, que según el INEGI, son la población económicamente activa de Guanajuato. Un universo enorme para las cifras de impresión de libros en la región. Sin embargo, podríamos toparnos con una realidad hética y ruin; los índices mínimos de lectura dentro de ese universo de paisanos haría deprimirse a cualquiera.
Pero siguiendo con la inercia del optimismo; el INEGI señala que hay “347,952” guanajuatenses con nivel profesional y lo mejor; “37,431”, guanajuatenses con nivel de posgrado. Una cifra que a simple vista consolidaría cualquier industria editorial debido, en este supuesto, a que existe un mercado de 37,431 guanajuatenses lectores y estudiosos de manera permanente, metódica y sistemática.
Podemos advertir, que de entrada, los puntos más importantes para la industria están presentes y en una apurada conclusión, salvados: existen autores, existen imprentas y procesos tecnológicos que facilitan integralmente la producción de libros y lectores en potencia, preparados y ávidos.
Se precisa una voluntad de todas partes, de las editoriales locales, las editoriales universitarias y las instituciones culturales para detonar la industria editorial del Estado de Guanajuato y más aun, el fomento a la lectura. 
Es notorio ya que un elemento que ha permanecido intocable y casi en el olvido es la difusión de autores. La divulgación estratégica de lo que se produce en Guanajuato en materia literaria es precaria. Esta construcción de contenidos, de perfiles, de bases de datos, de intercambios de información, hará una construcción de identidades a través de la difusión coordinada y planeada. Un mapa literario del Estado, de lo próximo, de lo propio como una verdadera apuesta con más ganancia que riesgo para los guanajuatenses.
 El tejido editorial de lo local arropa una auténtica tradición letrada que será inevitable promocionar y exponer mediáticamente para su sobrevivencia; un patrimonio cultural intangible que puede volverse tangible y que incluye necesariamente al conocimiento generado en las universidades que carecen de lo mismo. Es una apuesta, tiene sus bemoles, pero no se ha realizado. ¿Esperamos?, ¿Qué?


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