El 41
Hoy por la mañana llegaron mis hijas con un pastel y una
vela. Mi esposa me tomó de la frente y
me besó. Cantaron las mañanitas. Besos acaramelados, abrazos infinitos, brincos
sobre mi cuerpo y la maravilla de un nuevo amanecer.
Acto seguido, cuando comenzó el alboroto por acicalarnos
para comenzar el día, llegó muy sigiloso, casi como para espantarme, el año 41.
Entró con pisadas aterciopeladas para acomodarse en la casa modelo 73.
Los 40 primeros, uno a uno se fueron recorriendo para dejar
pasar a 41 que se colaba a la fiesta. Lo dejé pasar como si no me hubiera dado
cuenta, haciéndome el loco. Llegó allí y se escondió entre los años más
jóvenes, entre los años niños, sobre los adolescentes con alas en los pies. No
hice aspaviento.
Tomé el short, los tenis, la playera; amarré mi reloj de
pulsera, cogí la gorra y una vez que estuve listo, salí del cuarto para
desayunar con mi familia. Natalia y Sara reían. Merit comandaba la salida a la
escuela. Yo lo miraba con el rabillo del ojo como se mira a un desconocido.
Ese año número cuarenta y uno se escurría como aceite entre
los dedos. Ya en la escuela, recibí el beso y la bendición de mis hijas que
entraron al salón de clases. Merit y yo decidimos que iríamos a correr al camino viejo de Marfil. Hice esfuerzos por
no hacerle gran caso a 41 que hacía de todo para pasar inadvertido. Como si no
estuviera. Cuando estábamos calentando para la carrera, una vez que me puse los
audífonos y di la primer zancada, llamé al 41.
-A ver chavo. Eres bienvenido pero tenemos unas reglas de
convivencia.– Me miró retador.
-Aquí las cosas deben ser claritas. Nos levantamos temprano,
y acto seguido le hacemos el primer guiño a la voluntad. Corremos, nos quitamos
el polvo, aclaramos la mente, respiramos profundo y construimos el futuro
inmediato, pero sobre todo recordamos que cada paso hay que disfrutarlo y que
cada zancada, cada respiración, cada kilómetro es simplemente irrepetible. Eso
vale, canijo 41, como la metáfora de vida que empleamos acá todos los 40 que
vivimos en este cuerpo. Yo soy tu General en jefe, el dictador, el presidente,
el mandamás. Nunca lo olvides.
He venido escuchando muchos misterios acerca de envejecer
nomás uno traspasa la frontera de los cuarenta. Pues cada paso es un afán. No
me jodas. Y empezamos por quitar el no puedo. Aquí se renuncia al derecho de
renunciar. Aquí se desquita el pan que se come. Si vas a vivir, comer, reposar,
respirar, disfrutar en esta casota de 1:90, nada que no puedo.
41 comenzó a sonrojarse. Miró al suelo y esperó que siguiera
con una especie de decálogo.
En esta casa somos heterosexuales, católicos, leemos por
convicción, nos gusta viajar, compartir, usamos la memoria, inventamos
historias, nos enojamos con la envidia y la cobardía. De la hipocresía ni
olerla. Es imprescindible respetar el amor que recibimos. Ya conociste a la
familia, así que de entrada y de salida: La familia se respeta. Vas a recibir
mucho amor de ellas, así que no me andes con pendejadas. Todos, los cuarenta,
jalamos parejo, tenemos ruiditos, jadeos, corajes, malos rollos, pero nada que
dure más de dos horas. Vivimos simple. Agradecemos. Bendecimos.
Vas a conocer a los amigos. Gente decente. De huevos.
Sincera. Habrá enemigos, ya los verás, pues a reírnos de ellos.
Lo demás es simplemente vivir.
Abracé al 41. -Bienvenido– le dije con una lágrima sobre la
mejilla.