Lávese las manos
Siempre he creído que somos unas víctimas irremediables de nuestras historias (escribo en tercera persona por una licencia literaria, no por acusar a nadie). Nos gusta escuchar mitos y mitotes y mientras más trágicos sean, mejor pueden quedarse en la memoria de todos nosotros, los crédulos de corazón. Siempre nos hemos apegado a los equipos que van perdiendo 7-0 y a las causas difíciles, a los santos que curan todos, pero todos los males y las dificultades, y así, en el desenlace de nuestra historia, cuando podemos contarla como anécdota, desembocamos en héroes, supervivientes y testigos (recuerdo la historia de los náufragos mexicanos)
Somos escandalosamente creativos para generar cualquier tipo de cuento, pero insólitamente no leemos cuentos. En mi búsqueda de historias, siempre me he topado con chismes que suenan extraordinarios, pero la gente que lo cuenta cree que pasaron de verdad. Seguro son leyendas urbanas, folclore urbano, estas historias que siempre se acompañan de una dosis considerable de asombro, de cinismo y de fe.
Me imagino a unos tipos que están detrás de la computadora esperando que ocurra una situación de pánico para rellenarla con merengue de palabras, para fabricar chistes y lanzarlos a la población civil como bombas molotov. Recuerdo una historia que pasó en Aguascalientes: una señora llega a un alto, y queda detrás de una narcocamioneta (ya saben llantas anchas, vidrios polarizados, y de marca carísima) cuando el semáforo pasa del rojo al verde, la señora queda (como idiota) varada detrás de la camioneta. No se estresa, espera a que vuelva el rojo. Cuando el semáforo regresa al rojo, un narcohombre se baja de la camioneta, se acerca hasta la señora y le ofrece un puño de dólares. A la señora no le queda otra que recibir el dinero y (otra vez como idiota) escucha las palabras del narcohombre: tenga señora, esto es porque no tocó el claxon, de haberlo hecho, se hubiera tragado mis balas (la mata pues) el narcotipo regresa a la camioneta, se apea y se pierde en la oscuridad de Aguascalientes. La señora sólo cuenta el dinero y regresa a su casa, o va de compras a la venta nocturna, o a rezarle a su santo milagroso por haber descompuesto su claxon.
Ahora con la emergencia sanitaria han salido suficientes teorías acerca del por qué tenemos influenza. ¿Por qué nos tocó a nosotros, por qué hasta tembló, por qué nuestra mala suerte es el sello distintivo? Y todo porque no nos satisface la vida tal y como es, es interesante cuando hay drama, cuando las cosas están a punto de echarse a perder, entonces hay que llenarla de glamour, de merengue, de colores chillantes.
Las instrucciones para combatir la influenza son sobre todo simples. Lavar las manos, cubrirse la boca, no automedicarse, ir al médico etc. Sin revés ni derecho. Es una campaña preventiva. Por si acaso, por si las moscas, un ejercicio que los mexicanos hacemos bien. Nadie quiere una epidemia. Pero siempre tendremos una justa oposición. He escuchado el teorema que es una estrategia política electoral, un negocio del gobierno para comprar-vender medicamentos; un atentado bioterrorista porque vino el presidente Obama a nuestro país y los que se sigan sumando. Hay otros que indignados, protestan porque se cierra un table dance, pero no se cancelan las corridas de camión. Otros que dicen que la cifra de contagios no es tan grande como para exagerar en las medidas sanitarias.
Y así el victimismo es una forma de vida. Si no es por prevenir, entonces será por molestar. Así, de plano. Y los ríos de tinta echan las historias más contravenidas que se puedan leer o escuchar. La polarización es un deporte nacional. Ahora es exagerada la toma de decisiones, de lo contrario, si se considerara como un vil catarrito sería una vil estupidez. Y se buscarían a los personajes preferidos: los culpables; esos que hay que marcarlos con una equis para aligerar nuestro peso. Como videntes empedernidos, nos ajustamos a la fantasía de un futuro y entonces creamos el mito… Sólo, lavémonos las manos.