Sor Juana

Cuando mi esposa llegó de la escuela y me dijo que mi hija había alzado la mano para representar a Sor Juana Inés de la Cruz, todo me pareció confuso. Una niña de tres años iba ponerse los hábitos y a representar a Sor Juana dentro de las efemérides del mes de noviembre. De inmediato pensé en la forma de hacerla memorizar las redondillas. Pero no podía imaginarme a mi pequeña recitando: si con ansia sin igual/solicitáis su desdén,/por qué queréis que obren bien/si las incitáis al mal?
Me miró con sus oscuros ojos verdes y me dijo que ella iba a disfrazarse de Sor Juana. Ya lo veía venir. La pregunta preguntona. ¿Y quién es Sor Juana papi? – una señorita que era poeta- pensé la respuesta más fácil- ¿y que es un poeta?- ella arremetería con saña.
Entonces, antes de que la sangre llegara al rio, recapacité en la respuesta. Los niños son prácticos y simples. Libres, para más señas. No necesitan tanta verborrea para delimitar las cosas que están a su alcance. (¿Y quién lo necesita?) Una pregunta que siempre toma por asalto algo más que la razón, los cabales. ¿Qué diablos es un poeta? Me convirtió la pregunta en un montón de situaciones como si levantara un puño y me diera un gancho al hígado. Esa revolución me dio por pensar en levantar una encuesta para llegar a la respuesta más simple, práctica. Un poeta es… entonces me lo tomé a pecho. Supe que no las traía a todas conmigo, que las respuestas iban a aparecerse con una serie de contradicciones y más preguntas que serían un berenjenal y que seguro mi pequeña, a la segunda oración iba a pensar en pintar una rana antes de recitarle todas las bondades que tienen la poesía y los orígenes del ethos, aquel lugar donde habita la poesía y no sé cuantas barbaridades.
Para ella un globero hace globos. Entonces llegaría a la conclusión de que un poeta hace poesía. La poesía no está a la vista de un globo de color rojo que pudiera representarse así nomás. Ni vuela en el aire y quizá sea un estado mental. Entonces me preocupé porque comencé a pensar como adulto, ya se sabe, lleno de formas y maneras disfuncionales para comunicarme.
Comencé a sentirme alejado de la poesía, traté de hallarle la cuestión inmediata, la que nace con el día a día. El globo rojo. Miré la serie de telebasura, los medios de comunicación basura, los juegos basura y di con la cultura basura, esa que a los políticos les ha dado por hacerla pasar en lo oscurito para dejarla en el olvido. Esa que no entran en los planes ni en las promesas de campaña. Esa que se contempla el objetivo sólo para las becas y los premios, pero que no se mete a la médula de nuestra sociedad; no hace falta más que revisar puntalmente lo que nuestros ínclitos neo gobernantes propusieron en materia de cultura para allegarse al cargo. Nada. Y lo que es peor, ni falta les hizo. A pesar de que eso, este hecho genera una actitud discriminatoria y penosamente ignorante.
La poesía (como el arte y las actividades culturales) necesita un foco de contagio. Por ello, a diferencia de quienes creen que el Estado no debe ser el único animador de la cultura, yo creo lo contrario. El Estado sí debe ser el foco de contagio. Existe una larga tradición del Estado mexicano como animador. Y el problema del Estado en esa larga tradición, no ha sido la de un mal promotor, sino la de un pésimo divulgador.
Encontré una afirmación de Juan Domingo Arguelles, y parafraseando al autor, queda claro que para la poesía (las artes en general) necesitamos la necesidad. Y es ésta la que no sabemos cómo impulsar para que fluya entre nosotros. Lo que sí podemos intentar es mejorar las condiciones para que surja. Y para eso necesitamos métodos y compromiso. Y todo lo demás es noble, pero a la vez simple y llana teoría.
Entonces llegó Natalia. Me enfrentó como suele hacerlo. -¿Qué es una poeta?- entonces miré al cielo para encontrar la mejor respuesta (uno siempre mira al cielo) y en un impulso desordenado, mis ojos volvieron a su rostro, que inmóvil esperaba una palabra que la devolviera del pasmo. Recorrieron su pelo enroscado y en el delta de su boca, un relámpago me atravesó el estómago. Una pequeña mano tocaba mi rodilla, y así, de un tajo le dije que una poeta hacía poesía y que la poesía era lo que sentía.
Giró su cabeza a un lado y dijo: - ¡Ah sí, ya lo sabía!
Y se fue a dibujar una rana.

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