Lávese las manos
Siempre he creído que somos unas víctimas irremediables de nuestras historias (escribo en tercera persona por una licencia literaria, no por acusar a nadie). Nos gusta escuchar mitos y mitotes y mientras más trágicos sean, mejor pueden quedarse en la memoria de todos nosotros, los crédulos de corazón. Siempre nos hemos apegado a los equipos que van perdiendo 7-0 y a las causas difíciles, a los santos que curan todos, pero todos los males y las dificultades, y así, en el desenlace de nuestra historia, cuando podemos contarla como anécdota, desembocamos en héroes, supervivientes y testigos (recuerdo la historia de los náufragos mexicanos) Somos escandalosamente creativos para generar cualquier tipo de cuento, pero insólitamente no leemos cuentos. En mi búsqueda de historias, siempre me he topado con chismes que suenan extraordinarios, pero la gente que lo cuenta cree que pasaron de verdad. Seguro son leyendas urbanas, folclore urbano, estas historias que siempre se acompañan de una