Sabina 20 años

Sabina a 20 años


Cuando conocí el nombre de la gira “Canciones para la crisis” y supe que no presentaba nuevo disco, pude advertir que estaba frente a uno de esos recitales de Joaquín que no me desalentaría. Aunque de verdad, lo digo, ninguno lo ha hecho, pero cargaba a lomos de la emoción una incógnita de lo que vendría para la noche del 8 de noviembre: ¿Qué Sabina, a lo largo de veinte años de ir a sus conciertos, se lanzaría al ruedo?
Luego de la Orquesta del Titanic, venía, en nado trasatlántico un naufrago, diciendo que hay canciones para la crisis. Y entre toda la geografía donde ha puesto, a lo largo de veinte años, sus canciones en los escenarios mexicanos, donde ha brindado el corazón, visitaba como forma diferencial, aquellos lugares en los que no había tocado jamás. 
Recordé de súbito los sitios que había pasado las mejores horas de mi vida de conciertos; en Querétaro, en Aguascalientes, en el Auditorio Nacional, en la explanada de la Alhóndiga , en el Palacio de los Deportes… 
¿Cuál de todos los Sabinas vendría a León, mi pueblo natal? 
Y entonces ocurrieron los pequeños milagros. Esos que hacen que en tiempos de crisis las cosas sucedan. Entre los atascos de la autopista León Guanajuato, una fila interminable en el López Mateos y dos tránsitos que me hicieron la señal para que pudiera avanzar sobre el carril de autobús, llegamos con tiempo. Una vez que estábamos en la fila, las cosas caminaron sobre una alfombra de seda. 

“Que sepan que el final no empieza hoy”

Entonces, sin aviso, todo vino de frente con un latigazo de adrenalina. De pronto. Fue como si los límites de mi humanidad se hubieran borrado. Pancho Varona, Pedro Barceló, Antonio García de Diego, Mara Barros… recopilaron una lista de canciones que no son habituales en los conciertos de promoción, pero que fueron, paso a paso, haciendo el muestrario de veinte años de pisar escenarios y de recolectar recuerdos, huellas e imágenes que decoraron los momentos más importantes de mi existencia; la imposible adolescencia a tono de "con la frente marchita" y el pasaporte de la edad adulta a grito de “Peor para el sol”. Cantar las canciones del lado B, en concierto son, así de simple, sobredosis de pastillas para soñar. Un golpe de Karate para este cinta amarilla avanzada. 

“Tan Jóvenes y tan viejos, muera la muerte”

Salté como un naufrago a unas aguas broncas de mi memoria, donde imágenes y pasados me volcaron a la persona que soy. Ya lo he dicho. En el soundtrack de mi película siempre he editado al Joaquín Sabina, porque me ha dado la gana, que más, contra gustos, nada escrito. Entonces los primeros pulsos contra el olvido comenzaron a tensar las manos, los brazos. El Sabina que se presentaba estaba siempre allí, en el origen de aquel setentero Inventario, el que no ha cambiado, el que ha perseverado en “contra de todo pronóstico”. El poeta, (chínguense a los que les arda esta palabra) el Quevedo moderno y su pluma en ristre. El máster de juglaría, de la rima consonante. El que canta y da cuenta de esa materia del alma en la que muy pocos han narrado sus mitologías. 
En viaje directo y sin escalas, ese primer acorde me llevó a cotos privados que había dejado en añejamiento en barriles de roble. Con la canción de Viridiana, supe que ya nada iba a ser igual para la vida de este menda ni para muchos que estuvieron la noche del ocho. 
Porque Sabina, como un viejo vaquero que se tira a duelo sin otra arma que la poesía y que atina en el centro del corazón ya no es un joven aprendiz, sino ese maestro con alas en los pies…
El Sabina que estaba en el escenario dijo, fiel a su discurso, vive.  
Fiel a su contradicción dijo, disfruta.
Fiel a su Sabinismo, dijo déjame cantar.

Allí estaba. Sabina, ese que canta…





No dejes de visitar este blog de Arturo con una crónica del concierto en León...

http://auramiles.wordpress.com/2013/11/11/el-rock-and-roll-de-los-idiotas/

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