Daiquirís para Ibargüengoitia
La obra de Jorge Ibargüengoitia no es una
serie de libros expuestos en la fila del librero con el afán de combinarlos con
el tapiz y la alfombra o para ser leídos una vez y dejarlos como la pata de la
mesa; el lector no lo vive como una obra literaria, sino como una experiencia
de fascinación. En ellas jugamos todos, el lector, el autor y los personajes.
Los juegos que tiene Jorge desde que abrimos alguno de sus libros, nos hacen
pensar que lo que ocurre no es cierto, sino increíble. De la mano vamos creando
un universo que se parece a la realidad pero que no es real, misterios que nos
hacen anteponer una negación. Situaciones absurdas, que por su misma naturaleza
nos alcanzan, nos descifran nuestros códigos más íntimos como sociedad. Nos
enseñan a burlarnos frente a un espejo, que no parece espejo, sino anunciación
de una caricatura. Caricatura sí, pero una caricatura nos muestra algo más que
el estado mismo de las cosas. La paradoja, la risa y la reflexión parecen ir de
la mano.
Cuando Jorge
expone una historia, no desea realizar un chiste, el ya lo dijo, es una
manera de ver la vida, un lente donde él ve las cosas y las transforma, sin
embargo, no solamente las transforma, nos transforma.
La risa es una
defensa contra lo intolerable. También una respuesta a lo irónico, una solución
no menos absurda. Lo verdaderamente cómico es que todo sea como es; la maldad
es doblemente terrible porque no tiene pies ni cabeza, las ambigüedades, la
impunidad, los temas profundamente morales vueltos una crítica a un país donde
las ambigüedades son agua corriente; la corrupción, el dedazo, el protagonismo,
los abusos de poder, la burocracia, eran temas que Jorge manejaba, no como mero
pretexto, sino como una realidad manifiesta y preocupante, donde el vuelco de
las cosas es evidente y por evidente absurdo. Ya para entonces la visión de
Jorge advertía la conducta indigna de un partido político encimado en la
patria; la desacralización de los héroes, la revisión de los movimientos
sociales más importantes para la vida política e histórica de México como la independencia y la
revolución, en obras que, en más de una ocasión, lanzaron como balas, críticas
a los sistemas sociales.
Para quienes conocemos la
personalidad de Jorge Ibargüengoitia a través de sus obras, sabemos que está más vivo que nunca y su vigencia se muestra desde el
palpitar de los cuentos y novelas, escritas con gran economía verbal, pero
contrastadas con la fluidez de sus historias, recapitulaciones y retratos de
una sociedad a la que le duele burlarse de sí misma, o prefiere no burlarse.
El hombre, los hombres son un problema, un misterio. En el arte de la
novela, la materia prima que nutre esta actividad es la naturaleza
esencialmente misteriosa del ser humano. Contradicción y retroceso, son los
anuncios en la obra de Jorge; la contradicción humana como síntoma de esa
irreverencia ante lo que nos sucede y no podemos apelar, aparecemos como
víctimas después de abrir el telón, situación que en el fondo tiene una
profunda verdad; culparse a sí mismo es un acto heroico, extravagante. Culpar
al destino, es la tranquilidad de nosotros mismos. Jorge encuentra la manera de
observar, mirar tenazmente a la naturaleza humana por la vía de las cosas
sencillas que le ocurren a diario; desde una discusión con la dependienta del
supermercado, hasta la resolución del peor crimen policiaco en Las
muertas. Pero a raíz de esta visión, la ironía y el sarcasmo se
ventilan como una luz en medio de la niebla. Nos reímos del suceso, y siempre
el silencio acompaña una
reflexión, un si es cierto.
No hay nada más difícil que
escribir sencillamente, y Jorge lo logra a lo largo de toda su obra, tanto
periodística como literaria; la maestría y el estilo genuino y devastador
proveen una imaginación inagotable. afirmo esto porque después de asombrarse
con la obra de Jorge, la sensación precipitada de mirar poco los hechos cotidianos, nos hace parecer
ciegos frente al extenso transcurrir de situaciones y cosas fabulosas a la
vuelta de la esquina.
La caja de resonancia es amplísima, tanto que los hilos de sus
historias oscilan en torno al encuentro del erotismo, a la búsqueda de las
cosas maravillosas entre lo ocurrido en una mesa del café o la cita frustrada
con una mujer. Esto de la frustración amorosa es una vena utilizada
frecuentemente en la obra, tanto en Estas ruinas que ves como
en La ley de Herodes,
el protagonista sufre el desencanto a raíz de formular mundos apartados de la
realidad, o producto de una mala lectura de esa vida que se vive en la paradoja
de Ibargüengoitia; la decepción puede
ser producto de mirar equivocadamente; el lamento hace de sus personajes una
reivindicación poco habitual cuando reconocen sus errores. Los pasajes más
crueles de cualquier obra de Jorge son en contraposición los que hacen reír
inevitablemente. Esa fatalidad social impresa por la visión de Ibar es,
simultáneamente y sin proponérselo, el retrato de un México, uno entre muchos.
El retrato de personas comunes y corrientes, de pasiones comunes y corrientes
que hasta los intelectuales más peinados disfrutan sin tapujos.
Responder a la vigencia de la obra Ibargüengoitiana, es reconocer el
absurdo ir y venir de nuestro México. Es vigente y México contradictorio. Si
Jorge es humorista, también es un moralista.
En este tiempo y su mal crónico; la tristeza y la extinción del hommo ludens, brilla en intervalos cromáticos, nostálgicos, la
figura desgarbada y sincera del autor Guanajuatense; criticado, incomprendido y
azotado por su generación y sus contemporáneos; Jorge Ibargüengoitia le pone
sabor a carcajada y a síntoma de reflexión a un tiempo entristecido. Inventor de sí mismo, visionario
del mundo real, cotidiano, y sufrido, ha dejado a su paso, con sus obras, la
relajación y el relajo mexicano a costa de las desfachatadas apreciaciones de
lo que ocurre en torno a lo mexicano, a lo provinciano, a lo que huele a
hipocresía y falsa erudición.
Esos estertores de
risa que abren en sus páginas y se desmoronan en cada vuelta, donde su obra se
convierte en un humanismo candente y puro, reflejo de una sinceridad de cara a
sí mismo. Un autor que antes de dejarse convencer por los límites del síndrome
de vaca sagrada, fue ante todo un ser humano, mirón y quejumbroso, muy a su
manera y muy a pesar de todos.
Por Jorge Ibargüengoitia... ¡Salud!