Rumbo al 27 de febrero...
Número 4 de Arengador. 1993 |
Hace más de veinte años puse en circulación una revista
literaria llamada Arengador cuya única pretensión era publicar a quienes no
tenían acceso a las páginas de ediciones institucionales en la región. Nada
más. Ese impulso juvenil intentaba encontrar un escenario lejano a las
tradiciones letradas y a la inercia de la promoción cultural, para driblar los
escenarios funerarios de las maneras de publicar literatura.
Tenía apenas 19 años y un puño de ganas. Con eso inicié el
proyecto y con eso lo seguí hasta el final. Un par de buenos amigos que nada
tenían que ver con la tarea literaria, (y me refiero a que no era su vocación,
porque en tal caso yo también era uno que no estaba en el ajo de la cultura,
pero estaba convencido de ser escritor) empujaron de sobra el primer ejemplar.
Fueron sumándose, con entusiasmo, jóvenes poetas, narradores
y articulistas. También se
mezclaron pintores, diseñadores, fotógrafos juveniles que aportaban al espacio
de Arengador una huella divertida y ligera. Con mis amigos nos reuníamos a pegar los textos, a juntar
los gráficos y a reunir un montón de papeles que a golpe de corrección y
garabatos quedaban listos para una edición final en la imprenta del Nacional,
con Hilda Anchondo, que afinaba la publicación con grandes esfuerzos.
Sobra hablar de la calidad. Hubo de todo pero un
responsable: yo. (Ya cerré la oficina de quejas hace 16 años)
Presentación Arengador. Agosto 1992. |
Entonces nació en ese impulso, otro mandamiento: no depender
de ninguna institución que hiciera, produjera, manipulara o se jactara de
promover la literatura, menos aún si olía a gobierno. Era de plano una
publicación alternativa. Iba a moverse con sus propios medios. Hace veinte años
no había redes sociales, por lo que se debía de distribuir de mano en mano, de
café en café y a costa de los artistas que regalaban la publicación a sus
círculos cercanos. La publicidad, que realmente fueron cuatro patrocinadores
fieles (gracias tía Estela por creer en ese pedazo de letras), quedaban en la
última página para no romper el contenido.
Sin imaginarlo, aparecieron 12 números a lo largo de 4 años.
Fueron muchos las personas que publicaron en las páginas de la revista. Unos
siguieron el camino de la literatura, otros el del periodismo y muchos más
orientaron su vida a otra cosa.
De izq a der. Ricardo García, Julio Castillo, Federico Rábago, Rodolfo Hörner, Juan Francisco Rocha. 1993. UIA, León. |
Cuento todo esto porque luego de veinte años de ese sueño con
Arengador, nace otra pasión llamada Ficcionalia; nieta de Arengador, tiene su
apellido alternativo. No posee otra finalidad que la de publicar cuento. No
quiere estar en circuitos intelectualoides, ni recintos oficiales porque
creemos en una cosa: el arte no es patrimonio de nadie. Porque la literatura es
de quien la trabaja y de quien la lee. Ficcionalia depende de si misma para
sobrevivir en el mercado. El precio de tapa, es el coste de producción, por lo
que no contiene publicidad. Ficcionalia aprendió de Arengador que debe de estar
en otro sitio, y no en las catacumbas de la cultura.
Recoge autores conocidos y desconocidos. Jóvenes y viejos
que han trabajado con el cuento.
De Izq. a Der. Julio Castillo, Ricardo García y Benjamín Cordero. 1993. Galería Guanajuato. |
Y me pone nervioso, como hace veinte años, presentar la
revista en sociedad. Abrirle las puertas a lo que venga. Hace veinte años la
juventud y la valentía eran una sola cosa. Hoy me pone tenso empujar este
proyecto que felizmente no sabe a dónde va.
Los espero el 27 de febrero a las 18:00 hrs en el Museo de
sitio de la Mina de la Valenciana.