Bienvenido
Odiaba Guanajuato. Odiaba todo. La primera llamada del teléfono le siguió a una imagen que le llegó apenas entraba en la viaje casa de San Roque, entre la media noche y el último campanazo de la iglesia. Morir. Solamente descolgó el teléfono sin saber que, después de ese momento, no iba a dormir jamás. La luna colgaba encima del campanario y detrás, en un montón de nubes, circulaba la madrugada. Del garrafón tomó un vaso de agua y puso sobre la mesa del comedor los codos, recargó la cabeza en una lánguidamente para lanzarse al olvido. Era ya un domingo, las calles palidecían entre los adoquines milenarios. Miró el cuerpo del teléfono pesadamente. Nadie podía llamar a esas horas, a menos que fueran algunas noticias verdaderamente importantes. Entonces pensó en Otilia. Luego de la ruptura, había pasado un buen rato de coraje que no deseaba volver a encender. Si acaso ella llamaba era para pedirle otra vez los viejos discos de Sabina. Era un asunto concluido. —Que se vaya a l