Crónica de asfalto
Mi familia y yo fuimos dejando atrás, unas vacaciones estupendas, poniendo distancia a las playas de Ixtapa. De frente quedaba un recorrido de 500 kilómetros de asfalto que se reducía a seis horas. A las siete de la mañana asaltamos la carretera con las provisiones fundamentales; café, jugos y pan. Descendimos hasta la Hidroeléctrica el Infiernillo cuando los cactus iban bañándose de un sol tibio del amanecer. Cruzamos los puentes de metal y cuesta arriba nos hicimos de las montañas que coronan la zona de la presa; como un acto de magia, aparecieron los pinos y la zona boscosa que corona la zona de Michoacán. Las niñas veían una película de Winnie Poo mientras que mi esposa y yo recordábamos la playa del pacífico, los arrecifes de coral, los manglares y sus cocodrilos, el snorkel en las aguas mansas de la Isla de Ixtapa, las comilonas, la cena con pasta y tinto, el encuentro maravilloso con Craig y Judy… Entonces ocurrió de pronto. En mitad de la carretera, a unos cien metros de Pátzcu