Cumplir 35

Un buen día se pierde el coraje de seguir sin proponer nada; de linchar al tedio, de violar al hastío, de cortarle la cabeza al marasmo, andando por la ruta de las nimiedades casi ordinarias. Vuelve uno la cabeza y estás siguiendo por la línea que antecede un extraño maremoto de vueltas a casa, y la vida sigue. La adrenalina se desata igual que los nervios, igual que una avalancha de espasmos y cortocircuitos para detener, nomás un poquito, la vista en el espejo. Es la hora. Ha llegado el momento, te dice el menda del espejo. Y al bajar la escalera dentro de la mirada se cruzan personajes, cuentos colgados del perchero, convocatorias de palabras, historias al borde de una taza de café... irremediablemente acabo por escribir, por reescribirme. Me ruborizo si alguien elogia mis textos. No escribo para nadie. Así veo las cosas, y mis pudores van revolviéndose en una mezcla del malabarismo y deseo.
Cumplir 35 es cuando te haces más chavo y te dicen señor.
Los amigos insisten en que publique, y aseguro que con eso no me querrán más, pero advierto una complacencia con el gesto. Una especie de arritmia al iniciar el complot contra todo aquello que sea antirrevolucionario, burocrático, mediocre... ¿Voluptuosidad de la vanidad? (parodiando a Girondo) Los que me conocen saben que ese tipo de vanidad no me enamora. En otros casos terminaría por cremar todos los textos. Guardarlos en el cajón del escritorio y mandar al demonio a los editores que he visitado. ¿Fin de mi confianza? ¡Diablos!, no, rotundamente no.
A los 35 lanzo la piedra y enseño la mano. No renuncio a mi derecho a renunciar.
A los 35 ya han pasado algunas historias y entiendes que no regresas ni un centímetro a la vida que viviste. A los 35 eres otro sin dejar de ser el mismo, lo que cuesta es entenderlo.
A los 35 puedo decir que me gusta el cine de Fellini, de los hermanos Cohen y también Spielberg. El fútbol soccer, y limosneo como Eduardo Galeano, una buena jugadita de futbol de cualquier equipo; el box, los gadgets y los juegos de video; el café muy cargado, el tinto y el ron, la música de Sabina (toda) el aroma de los libros, los artículos de papelería, pintarrajear las orillas del papel, la tinta, las antigüedades, las charlas de café, de ron, de tarde o de noche.

A los 35 no hay mejor estado que la paternidad; adoro a mis dos mujeres (la madre y la hija) y de antemano al que viene en camino. Ser padre a los 35 merece atención aparte porque revela que la vida se pasa de bendiciones.

No me gustan los perros falderos, los alacranes, las víboras, los trajes, los zapatos de vestir, los antros, la música tecno, el tequila, los conglomerados, la comida rápida, el pepinillo, las filas largas, los chats, las cumbias, los cuartos de hotel sin ventana, las carreteras rectas, los Ababoles.
A los 35, sabes con quien contar, y sabes que los amigos, son los que resistieron la batalla del tiempo y por lo menos te hicieron llegar un correo. A los 35 los que pensabas que eran enemigos, son apenas niños que se orinan en los calzones, y prefieres elegir a oponentes más dignos. A los 35 eliges a tus maestros y con suerte, los haces tus amigos.
Me gusta Jorge Ibargüengoitia, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Rulfo, Paz, Francisco Hinojosa, José Rubén Romero, Martin Amis, Bukowski, Calvino, Antaki y las poesías de Oliverio Girondo. No me gustan Lezama Lima, Zola, Juan de Dios Peza ni los poetas vanguardistas que usan las palabras como comunicados militares. No se diga si lleva el lema "basado en una historia real"
No me gustan las novelas donde en la contraportada aparecen las palabras, maravilloso, mágico o mítico, me parecen soporíficas.
A los 35 te das cuenta que hay dos cosas importantes, una es vivir y la otra, no recuerdo.

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