Acabamos de hacer el amor y pronto, como una lágrima en mitad de la mejilla quedamos mondos de emoción. Habrían llegado a nuestros ojos la brillantez del orgasmo, la piel erizada, aun caliente, batiéndose entre un rubor y el nomeolvides, los destellos blancos de los recortes de video tape donde gemíamos- danzábamos, trepamos y caímos en una cueva honda y azul. Luego la asfixia. Los pulmones cazando grandes bocanadas de aire revuelto. A sabiendas, la sangre regresa a sus rincones mientras el sudor rellena los poros. Decidimos entonces no dormir, espantar la pesadez de las pupilas con un cigarro. Las paredes de la habitación parecían cristales de cuarzo y esa frialdad entumió la sorpresa, el punto y seguido de ese momento de la vida. Éramos carne volcada a la intimidad de nuestras miradas. Aplanadoras, rebanadoras, las miradas congelan y asesinan. Estábamos desnudos y la pena vino a surtirnos de espanto. Para eso estaban las sábanas. Los calzones que no encontramos, la playera larga,