Joanic Linea 4
Entrar al metro es introducirse a un dragón que serpentea por la ciudad. Bajé la calle Alzina, esquivando orines de perro y cajas de basura a un lado de los enormes basureros escupiendo sus vísceras. En Encarnación giré rumbo a Joanic, contando sus muchas peluquerías y los supermercados hasta embonar mi brújula en la avenida Escorial, llena de zumbidos de motociclistas retrasados y más orines de perro. Crucé la calle en un paso peatonal hasta hundirme en la boca del dragón amarillo. Joanic. Línea 4. La oscuridad de los túneles me asombra. Parece que saldrá cualquier cosa menos un tren. No hay televisiones que ofrezcan el servicio meteorológico y sólo está una enorme máquina de dulces y refrescos. Ella y yo. En la penumbra de una espera que paulatinamente va haciéndose macabra. No tenemos otra alternativa. Le advierto que voy a introducirle una moneda y le ruego que no me robe. Que funciona. En Barcelona casi todo funciona. El tiempo tal vez tenga un cierto retraso, pero las cosas funci