Ganar premios
Hace unos días un amigo ganó un premio en materia de diseño. Los premios siempre son una revelación de otras instancias que uno ni se imagina. Lo que arranca un premio no es, como podría pensarse, admiración, sino un cultivo verde llamado envidia y por ende un puñado de malas miradas. Los que pierden, se multiplican y se unen. Se amotinan en la mediocridad. Su lengua se convierte en un flagelo que sacia la impotencia del perdedor. Cuando era joven, decidí concursar en un premio de cuento que organizaba la Ibero, el periódico Am y el Estado, le llamaron Efrén Hernández. Cumplí con hacer lo que para mí era la obra ganadora. Un cuento lleno de drama, de "prosa poética" y esquemas barrocos que prometían ser infalibles (pensaba, si con esta obra no gano, de verdad que serán muy estúpidos, está vendido o de plano no sirven para nada) de verdad que se me iba la vida en ello. Una vez que entregué el original y las copias (entonces si era original, porque se hacía a máquina de escribi