Cumplir 35
Un buen día se pierde el coraje de seguir sin proponer nada; de linchar al tedio, de violar al hastío, de cortarle la cabeza al marasmo, andando por la ruta de las nimiedades casi ordinarias. Vuelve uno la cabeza y estás siguiendo por la línea que antecede un extraño maremoto de vueltas a casa, y la vida sigue. La adrenalina se desata igual que los nervios, igual que una avalancha de espasmos y cortocircuitos para detener, nomás un poquito, la vista en el espejo. Es la hora. Ha llegado el momento, te dice el menda del espejo. Y al bajar la escalera dentro de la mirada se cruzan personajes, cuentos colgados del perchero, convocatorias de palabras, historias al borde de una taza de café... irremediablemente acabo por escribir, por reescribirme. Me ruborizo si alguien elogia mis textos. No escribo para nadie. Así veo las cosas, y mis pudores van revolviéndose en una mezcla del malabarismo y deseo. Cumplir 35 es cuando te haces más chavo y te dicen señor. Los amigos insisten en que publiq