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Viaje


Dos de la tarde. En el camino que lleva al Mineral de la Luz se despierta un capullo de aire muerto. Por alguna razón decidí ir a buscar los vestigios de las historias familiares, los orígenes de mis ancestros, los andamios de mi memoria. Contaba una tía abuela que el Mineral de La Luz sufrió de una maldición de un monje. En este lugar no quedará piedra sobre piedra. Las llantas de la camioneta arremetan contra piedras flojas. Es como patinar en hielo. Los cerros pelones, quemados por el frío arrojan la increíble historia de que alguna vez ese Mineral tuvo un auge y una bonanza minera, lo cierto es que nada queda para demostrar la galanura. El camino cinerario se levanta entre polvaredas de otros autos que viajan a las minas adyacentes y se extravían en las laderas de la sierra. El viajero sabe que viajar es un naufragio por las cavernas de uno mismo. El turista visita lugares.
Al cabo de media hora aparece por fin la desviación al Mineral. Hundo el acelerador para acercarme a la mancha de adobe. Cuando llego a la calle principal algunas casas de factura popular llevan una línea paralela a otra dimensión de tiempo-espacio. Ya en el centro del poblado, un viejo vende discos piratas, en otra esquina hay vendimia de cueritos y demás ácidos estomacales. Dos locos vigilan la entrada a la iglesia, uno se contonea libremente y el otro está asido a una silla de ruedas y sólo hace una seña con la mano pidiendo dinero. Un grupo de siete muchachos con gorras de raperos y pantalones enormes rodean un viejo auto blanco. Lo demás es el silencio. Las casas centenarias no quieren caerse de tiempo. Como si supiera que hablo de él, un hombre se acerca para negarme mi derecho a retratar la plaza. Me niego a obedecerlo. Pero consigo un aliado. Le digo que buscaba la casa principal de mis ancestros, pero parece que todo está en el olvido. La abuela contaba de una construcción llamada la Primavera pero ya todo se ha muerto. Descubro que son recuerdos de difuntos, historias de un baúl sin fondo. Hay una muerte histórica del Mineral de la Luz y advierto una lápida. No hay viejos. No hay historia. Todo ha quedado en las narraciones de quien se fue al norte y regresó al pueblo para volver a contar sus propias memorias.
Subo a la camioneta y escapo del poblado. Siento que detrás, sólo quedan fantasmas y que a las seis de la tarde, cuando quede el cielo rojo, el Mineral de la Luz desaparecerá del mapa sin quedar piedra sobre piedra.

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