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Mostrando entradas de mayo, 2012

Bienvenido

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Odiaba Guanajuato. Odiaba todo. La primera llamada del teléfono le siguió a una imagen que le llegó apenas entraba en la viaje casa de San Roque, entre la media noche y el último campanazo de la iglesia. Morir.  Solamente descolgó el teléfono sin saber que, después de ese momento, no iba a dormir jamás. La luna colgaba encima del campanario y detrás, en un montón de nubes, circulaba la madrugada. Del garrafón tomó un vaso de agua y puso sobre la mesa del comedor los codos, recargó la cabeza en una lánguidamente para lanzarse al olvido. Era ya un domingo, las calles palidecían entre los adoquines milenarios. Miró el cuerpo del teléfono pesadamente. Nadie podía llamar a esas horas, a menos que fueran algunas noticias verdaderamente importantes. Entonces pensó en Otilia. Luego de la ruptura, había pasado un buen rato de coraje que no deseaba volver a encender. Si acaso ella llamaba era para pedirle otra vez los viejos discos de Sabina. Era un asunto concluido. —Que se vaya a l

Así cualquiera

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—¡Se puso como loca, por eso la maté!— fueron las primeras palabras que declaró en el ministerio público. Sonaron distraídas, convincentes, pegadoras; la secretaria las tecleó sin inmutarse, quizá pensaba en salir de turno e irse al cine. Laura, secretaria de academia, con veinte años en el ejercicio público, fue encontrada por el velador cuando trataba de cerrarle los ojos a Raquel, su nueva jefa. No hubo otros testigos. El hombre la detuvo, llamó a la policía y en la espera se bebieron un café.  —No voy a negar que la estrangulé. Pero estaba loca. Pero cuando hablaba de ella, de sus planes en la oficina se ponía insoportable. Era como si me metiera un puño de tachuelas en la garganta. Odiaba su éxito. Odiaba que fuera mejor que yo; si había una reunión en la oficina ella llegaba con vestidos muy caros y siempre tenía un detalle con el delegado; si no era el café, era una cualquier sutileza que me hacía quedar mal. Soy competitiva desde niña, si. Entonces desde el primer día

La duda

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La Duda dejó crecer sus uñas un centímetro más allá de sus dedos. Tenía unas semanas metida en el cuarto del motel  escuchando la música de los automóviles, los tracto camiones y las ventoleras de la primavera; bebiendo ron y fumando habanos como si no tuviera otra oportunidad de hacerlo o porque quizá no tenía otra salida. Fumar habanos y beber ron. Quién sabe si era alcohólica, porque nunca había faltado a una cita de trabajo o a una reunión familiar, pero era la Duda. ¿Quién le puede reprochar una incertidumbre? La Duda pintó de negro sus uñas y vaciló un momento cuando el olor a solvente le pegó en la nariz. Recordó estrellas cancerosas, calles pestilentes, largos manteles que esconden caricias bajo la mesa y pasillos de hospital, con doctores pensativos, escenas que se reproducían en una película seriada. Entonces el rechinido de la puerta la paralizó cuando pintaba el dedo meñique.  Entonces la miró de espaldas. En el sillón carmesí del motel. Frotaba sus piernas, sus
Revista Alternativas

Infancia y memoria

La infancia fue el terreno de encuentro con la lectura. Pasé una infancia sin otras ambiciones que ser centro delantero de los Pumas o corredor de cien metros planos, como Carl Lewis; pero una intermitente enfermedad me puso piedras en el camino. Cuando niño padecí asma y viví temporadas envuelto dentro de una cámara de oxígeno adaptada a una cama individual donde a cinco litros por minuto pasaba mi vida. Esto, claramente me hacía quedar fuera de las canchas de futbol y las pistas de atletismo de la deportiva Torres Landa. No era tan malo estar dentro de una cámara de oxígeno.     En cierta ocasión llegó mi padre con las fábulas de Esopo y las introdujo en la cama. Firmó el libro, su nombre y la fecha. 1981. Una pequeña edición bolsillo de editorial Porrúa quedó varada a la espera de que abriera sus entrañas. Primero le di una ojeada como quien surfea en un mar embravecido. Había dibujos que de entrada me sirvieron para seleccionar la lectura. El lenguaje era por demás arcaico